31/05/2018

Los nueve días seguidos de huelga tuvieron un impacto tremendo en el funcionamiento del país. Personas terminaron a las trompadas en su afán por llenar el tanque y hubo subas desmedidas en muchos productos


En un Brasil prácticamente paralizado por la gigantesca huelga de camioneros que apenas comenzaba a desinflarse ayer, los huevos son prácticamente un producto de lujo y los combustibles un motivo de pelea.


En el mayor mercado de abastos de Río de Janeiro, unas cuarenta personas esperaban en fila por la mañana para comprar uno de los ingredientes más necesarios y más disponibles habitualmente en el país: huevos. Y muchos se consideraban afortunados, pese a pagar el doble por ellos.


Mantiqueira, el mayor productor de huevos de Brasil, llevaba nueve días sin poder vender en Río y viéndose obligado a sacrificar por falta de alimentos 100.000 gallinas en medio de esta huelga, que desde el lunes pasado bloqueó rutas y la distribución de petróleo y bienes a lo largo del país.


Durante la madrugada, con el paulatino levantamiento de los bloqueos, tres camiones de la empresa lograron ir desde su granja en Minas Gerais (sudeste) hasta Río burlando posibles sustos por vías alternas, gracias a la ayuda de “escoltas” privados.


“Fue complicado porque estaban faltando productos para todo el mundo. Los huevos suelen robarse mucho en las carreteras de Brasil pero, gracias a Dios, hoy estamos consiguiendo atender a la población”, dijo a la AFP Dulce Azevedo, la encargada de Mantiqueira en este mercado de abastos, el Ceasa, al norte de Río.


Otros productores de alimentos y transportistas de petróleo fueron escoltados por el ejército, bajo una medida extraordinaria del gobierno del conservador Michel Temer.



Unos 150 camiones con comida lo hicieron en Río. Entre ellos, Jonas Jose Tomas, un agricultor de la serrana Teresópolis, que estaba feliz por poder volver a vender sus cajas de lechuga, cilantro y coles que ya amenazaban con perderse.


“Si no nos hubiera ayudado el ejército, nadie podría haber venido a vender. Teníamos miedo de recibir pedradas o incluso un tiro”, reconocía este productor de 52 años que, sin embargo, apoyaba la huelga de los camioneros contra los altos precios del diésel porque “nadie aguantaba más”.


Mientras compraba cajas de tomates a casi el triple de la semana pasada en este mercado que aún funcionaba a media marcha, Betinho Rodrigues reconocía: “La situación es crítica todavía. No hay mucha mercancía y también está más cara. La recuperación va a ser lentamente”.


En el centro de la ciudad, los clientes de un supermercado entraban en shock al ver los precios en los estantes de verduras y frutas, que empezaban a retomar sus colores después de días vacíos o con productos enlatados en su lugar.


El quilo de tomate se vendía al triple de lo habitual y el de papas al doble. En una tienda de enfrente, aún era peor. El guisante se vendía al cuádruple que antes de la huelga.


“¡Esto es absurdo, está todo caro! Ellos dicen que tienen dificultades para conseguir los productos, pero también creo que se aprovechan. No vale la pena comprar verduras ahora”, resumía María José Fermim, una jubilada de 62 años.


“Yo solo volveré a comprar verduras cuando todo se vuelva a normalizar. Puedo vivir unos días sin lechuga”, coincidió Nair Rodrigues, de 70 años, mientras se llevaba solamente unos panes y salchichas.


La huelga de camioneros no sólo demostró la debilidad de Temer para resolver la crisis pese a sus concesiones anunciadas el domingo, sino también la frágil infraestructura de la primera economía latinoamericana, un país continental sin prácticamente red ferroviaria y donde el 60 por ciento de los transportes de mercaderías se realiza mediante camiones, lo cual dificulta búsqueda de alternativas.


Aunque la distribución de combustibles estuvo garantizada estos días para servicios básicos como transporte público, ambulancias o policía, apenas empezaba a normalizarse para el público general durante la jornada de ayer.


En Sao Paulo, la mayor ciudad de América Latina, era prácticamente imposible conseguir repostar.


En una estación céntrica, la policía tuvo que intervenir para parar una pelea entre automovilistas después de que uno fuera acusado de haberse saltado la fila, según pudo constatar una periodista de la AFP.


“Hay una fila enorme, yo estoy esperando por más de tres horas... Son muy pocas gasolineras surtidas y por eso se genera todo este caos”, explicaba Joao Carlos Coelho, un agente de seguridad de 53 años. Escenas parecidas se reprodujeron en varios puntos del país, con personas haciendo filas kilométricas incluso con simples contenedores de plástico en la mano. Aunque el paro oficialmente está terminando, el ambiente sigue tenso y desalentador en Brasil.


Maria da Graca, una trabajadora de una editorial en Sao Paulo, aseguraba que los brasileños se han sentido abandonados durante la huelga.


“Mientras no haya un gobierno que cuide del pueblo, en vez de cuidarse a sí mismo, este país no va a cambiar nunca”, manifestó.


 


Fuente: AFP - El Día

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