06/03/2021

A Al-Sistani, de 90 años, se atribuye un rol valioso en los esfuerzos por pacificar a Irak tras la invasión estadounidense.


El gran ayatollah Ali al-Sistani, con quien se reunión hoy el papa Francisco en Najaf, 150 kilómetros al sur de la capital Bagdad, es el líder espiritual de los musulmanes chiitas iraquíes y uno de los clérigos más importantes del mundo para esa rama minoritaria del islam.


A Al-Sistani, de 90 años, se atribuye un rol valioso en los esfuerzos por pacificar a Irak tras la invasión estadounidense de 2003 y se lo conoce por apoyar la separación entre religión y Estado, una cuestión aún hoy muy en debate entre los musulmanes.


El ayatollah, propuesto como candidato al Premio Nobel de la Paz, no aparecía en público desde hacía largo tiempo.


Sin embargo, esto no le impide recibir visitas, mantener una fluida conexión online con una extensa red de seguidores en todo el mundo y, sobre todo, ser un referente clave en los intentos de apuntalar la joven democracia iraquí ante sus múltiples desafíos.


"Su Santidad" vive en una modesta casa en la ciudad santa chiita de Nayaf, al sur de Bagdad, cerca de la mezquita donde descansan los restos del imán Alí, primo y yerno del profeta Mahoma y primer imán del chiismo, muerto en el siglo VII.


El 90% de los cerca de 1.900 millones de musulmanes del mundo pertenecen a la rama sunnita, mientras que el restante 10% son chiitas, la mayoría de los cuales vive en Irak e Irán, donde son predominantes.


Con esta visita, el papa Francisco extiende su mano a esa otra gran familia de musulmanes, luego de haber recibido en el Vaticano en 2016 al imán Ahmed al Tayeb de la mezquita Al Azhar de El Cairo, la máxima autoridad del islam sunnita.


Al-Sistani no es árabe sino persa. Nació en la ciudad santa de Mashhad, en el noreste de Irán, en 1930. Su familia desciende de Mahoma, como indica el turbante negro que usa.


Llegó a Nayaf con apenas 21 años para estudiar en el seminario del gran ayatollah Abul Qasem al Khoei, entonces máxima autoridad del chiismo.


A la muerte de Al Khoei, en 1992, Al-Sistani le sucedió en esa posición que, como la de los Papas católicos, está por encima de la nacionalidad.


Durante el Gobierno de Saddam Hussein (1979 a 2003), dominado por la minoría sunnita de Irak, su figuración pública se mantuvo en un incómodo punto muerto.


Bajo periódicos arrestos domiciliarios, en general se mantuvo alejado de la política, y, quizás gracias a ese perfil bajo, escapó a la violenta represión del partido Baath, de Hussein, que terminó con la vida de muchos clérigos chiitas.


Desde el derrocamiento de Hussein y el Baath por parte de Estados Unidos, el gran ayatollah ha jugado un rol destacado en los asuntos iraquíes religiosos y políticos.


Su llamado a los chiitas a participar en el proceso político y su respaldo a que fueran los políticos y no los clérigos quienes se ocuparan del Gobierno de Irak marcó una clara diferencia con la teocracia chiita del vecino Irán, donde un ayatollah, Ali Jamenei, ostenta el cargo de líder supremo y tiene la última palabra en todas las cuestiones.


No obstante, Al-Sistani defendió que el islam fuera reconocido como religión oficial y que las leyes no contradigan sus principios, algo que quedó consagrado en la Constitución iraquí de 2005.


Una y otra vez instó a los chiitas a no responder a los atentados y ataques de extremistas sunnitas que, desde 2003, lanzaron una insurgencia tanto contra las tropas de Estados Unidos como contra los chiitas.


Su postura le valió dos nominaciones al Premio Nobel de la Paz, en 2005 y 2014.


Sin embargo, en un giro, en 2014 llamó a los iraquíes a tomar las armas para defender a la patria del Estado Islámico (EI), cuando el grupo yihadista sunnita amenazaba Bagdad tras haber tomado la norteña Mosul, la ciudad más grande de Irak.


Un año más tarde, durante protestas populares, Al-Sistani instó al Gobierno iraquí a luchar contra la corrupción, reformar el poder judicial y apoyar a las fuerzas de seguridad.


Su voz volvió a oírse con motivo de otra ola de protestas aún en curso, iniciada a fines de 2019, contra el Gobierno, para reclamar el fin de la corrupción, puestos de trabajo y mejores servicios públicos.


El ayatollah acusó al Gobierno y la policía iraquíes de ser responsable de la muerte de manifestantes y ha exigido que se juzgue a los culpables.


"Ninguna persona o grupo, ningún bando con una visión particular, ningún actor regional ni internacional puede apoderarse de la voluntad del pueblo e imponérsela", dijo en noviembre de 2019 tras la muerte de tres manifestantes en una protesta.

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